Ellos nunca han visto a un negro en un caballo

Django Unchained. Fuente: http://rhymeetreason.com/

Para hablar de las películas de Tarantino no es necesario ser más que un Puma Carranza: Tarantino es Tarantino. Quentin sabe darle la vuelta a las historias. Si la vida les da la espalda a los personajes principales, ellos sabes cobrarse la revancha. Su mayor lucha, muchas veces, no se centra en la narrativa, sino en la sociedad.

Las películas de ficción tratan, a veces, de ser un reflejo de la sociedad. Las retratan como grandes sociedades con problemas políticos, militares, económicos o ambientales. Pero todos estos son planos denotativos que no escapan del espacio dentro de la ficción. Son creaciones en referencia a la sociedad pero que no llegan a ser reales. Ese límite, en las industrias culturales, está delimitado por el soporte. Una película, por más que sea basada en una historia real, siempre será una creación.

Lo que Tarantino normalmente hace es que esta realidad social se vea amenazada. Pero es tan obvio en sus transgresiones que logra dos efectos: empatía con los personajes y la certera convicción de que lo que se está viendo es ficción. Que la sociedad no permitiría que estas cosas sucedan. Hablemos un de las primeras y las dos últimas películas de este director.

Para la sociedad (norte) americana, la presencia de los negros, afroamericanos o afro descendientes siempre ha tenido un discurso cargado de racismo y discriminación, sino de distancia y espacios. Igual pasa con los judíos. Las concepciones a priori que tiene la sociedad de estos grupos sociales son tan marcadas que es muy difícil que dentro de la ficción, los personajes que las representan no contengan parte de estas definiciones.

En la película Pulp Fiction, el personaje de Marsellus Wallace corresponde al típico matón – gánster negro americano que tiene testaferros y sicarios a sus órdenes. Tiene una mujer joven blanca a la que solo permite que la acompañen sus subordinados. Todo aquel que se quiera pasar de listo, sea amigo o enemigo, tiene los días contados. En pocas palabras y como dice Octavio Paz sobre los mexicanos[1], es el que chinga y no es chingado.

¿Cómo darle vuelta al asunto? Para Tarantino es fácil, volver al chingón en un chingado. En una de las secuencias de la película, el personaje de Wallace termina es un almacén donde el dueño y un policía lo violan. Violan tanto al personaje como el estereotipo de negro matón americano.

Extrapolando su carrera como director, en su última cinta, Django Unchained, la imagen del negro estadounidense es nuevamente un tópico. Aquí nos muestra dos puntos desde los cuales se representa a la sociedad. En la escena inicial, dos años antes de que Lincoln aboliera la esclavitud, Django es liberado por un casa recompensas y se convierte en un ciudadano libre. Pero este personaje quiere recuperar algo que como esclavo perdió: el amor de su vida. Alimentado por los prejuicios raciales contextualizados en la película, Tarantino eleva a Django y lo enajena de su identidad. Django se convierte en un señor negro que tiene esclavos.

Dentro de la trama, engañan al propietario de un fundo y de la mujer con la se casó mientras esclavo. Pero todo sale mal al final, delatados por un sirviente negro, también. El mono aunque vista de seda mono se queda. Capturado, los subordinados blancos intentan castrarlo y despojarlo de masculinidad para ser explotado de por vida en una mina. Pero nuevamente, el negro al que nunca habían visto montado en un caballo, le saca la vuelta a la vida porque engaña al hombre libre blanco y se cobra su revancha. Esto no solo abole la esclavitud de los demás siervos del fundo, sino también el estereotipo de servidumbre.

En tanto a los judíos, en la película Bastardos sin gloria, el personaje del “Oso judío” hace referencia a la barbaridad de estos pueblos en Alemania. Sigue el concepto de pueblo bárbaro. Este personaje asesina oficiales alemanes con un bate de baseball. Lleva una marca personal, tanto como lo hacían en los campos de concentración cuando quemaban a ciudadanos judíos. Cada muerto es una revancha. Tarantino llega al extremo de propiciar que sea el mismo Oso judío sea el que mate al propio Hitler y a Goebbels en una función privada. Mata no solo a los nazis, sino al yugo. Gordon Thomas hace años escribió también sobre la revancha de los israelitas[2].

Cuando Tarantino les da vuelta a sus personajes también los carga de estigmas y estereotipos sociales. El encanto en estas películas es lograr que dentro de una ficción donde existen acciones verosímiles (asesinatos, violaciones por extraños, lucha por el amor, esclavitud), se nos recuerde que socialmente estas no lo son. Reafirma la idea de ficción, cuando uno termina de verlas tiene la conciencia plena de que esto no sobreviviría en la sociedad.

La convicción de sostener que Tarantino es Tarantino radica en que en la vida, hay que tener agallas para darle la vuelta la sociedad. En el camino la gente puede morir, es un gran pecio que se paga, pero también es el proceso que puede llegar a ser traumático y fundacional no solo para los personajes, sino también para concepciones sociales.



[1] Octavio Paz, en su libro El laberinto de la soledad, realizó un texto sobre la relación de los mexicanos frente a la referencia de la mujer y la concepción de la madre, asociado con la idea de la violencia. Él señala que, para el mexicano solo existe una dicotomía casi ontológica: chingar o ser chingado; es decir, violentar o ser violentado.
[2] Gordon Thomas en 2005 publica un libro titulado Mossad: la historia secreta. Habla sobre el servicio de espionaje e inteligencia israelí.

0 comentarios:

Publicar un comentario