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La película Carnage de Roman Polanski, estrenada en 2011 y basada en la obra
The god of Carnage (El dios de los salvaje) de Yasmina Reza, retrata un poco
este nuevo ethos alrededor de las
familias. Si bien este es un ejemplo estadounidense de los hechos, su espectro
crítico es tan amplio que se puede extender hasta sociedades latinoamericanas e
incluso las peruanas en las cuales su efecto puede ser de afinidad o
antagonismo.
La trama de la película discurre a
partir de un altercado entre dos niños de 11 años quienes juegan en un parque
de Brooklyn. La película muestra un grupo de niños que conversan mientras los
créditos iniciales de la película van apareciendo en pantallas. En un momento,
este grupo de niños se pone en marca y dos de ellos comienzan a pelear. Uno de
ellos (que luego sabremos es Zachary Cowan) golpea a otro (Ethan Longstreet) y
la escena inicial termina.
¿Qué es lo que cualquier madre o
padre podría hacer en estos casos? Primero buscaría al niño agresor, lo
conminaría a que confiese su culpa. Luego de esta declaración, conversaría con
los padres del otro niño para poder llegar a un acuerdo. Exigiría un castigo y probablemente
cortaría los lazos con el niño. Si sucediera en un colegio, el agresor sería
suspendido de su derecho a clases o posiblemente expulsado según la gravedad de
los casos.
En esta película, la agresión se
trata con paciencia. La madre de Ethan Penélope, realiza una declaración escrita
de los actos de Zachary ante sus padres explicando ‘objetivamente’ lo que
sucedió en el parque. Sin embargo, dentro de la declaración, la sombra de la
discusión empieza a asomar porque para Penélope el niño agresor estaba ‘armado’
con una rama y para Alan, padre de Zachary Cowan, solo lo estaba cogiendo
(carrying). Más allá de este percance la conversación termina con los ánimos de
reconciliación.
Vivir en un país donde la imagen de
la familia es intocable, donde las madres defienden a sus hijos aunque estos
sean ladrones, donde los altercados de este tipo se cobran con ojos y dientes,
te genera el primer choque social ante lo que representa la película. La
paciencia y pasividad de los padres es, por así decirlo, una de la
características de esta nueva forma de costumbres de la familia. Pero no se
trata de una pasividad aletargada, que no busca la justicia ante los actos
cometidos contra uno de sus miembros, sino que es la actitud de no acrecentar
los problemas.
La nueva sociedad parece más
consciente de que sus problemas se pueden solucionar en diálogo. En el caso de
los personajes de la película, esta resolución del conflicto se da más por el
sentirse responsable que por evitar problemas mayores. En el Perú, sin embargo,
este mismo tipo de problemáticas son mejor solucionarlas entre las partes por
desconfianza los reguladores sociales que pueden ser desde policías, pasando
por maestros hasta los jueces y alcaldes.
Si volvemos a la película, el
altercado con la palabra ‘armado’ desemboca en una despedida poco cortés en las
puertas del ascensor. La familia del niño agredido conserva los ánimos de
reconciliación e invita nuevamente a los Cowan a limar asperezas con un café, acompañado
de un mea culpa de los anfitriones por
no habérselo ofrecido al inicio de la visita.
Esta segunda entrada, genera una
segunda impresión de las familias. Estas se empiezan a conocer con detalles
socialmente correctos al inicio de una relación amical: cumplidos por las
flores de la mesa, la deliciosa sazón de un postre y algunos recuerdos de la
adolescencia que podrían justificar la agresión de los niños. En este nuevo
desarrollo ingresa el segundo elemento y característica de la familia
contemporánea: la dependencia del trabajo y de la tecnología.
Los costos sociales de mantener una
familia son altos. Los gastos que se deben realizar empiezan desde los cuidados
del bebé y normalmente acaban o con la carrera profesional o con el matrimonio.
El trabajo que desarrolle la cabeza o cabezas de familia debe satisfacer las
necesidades básicas. En este sentido, uno no previene el tiempo dentro de sus
horarios para eventos ‘extraordinarios’ al desarrollo normal de su rutina.
Alan Cowan con sus constantes
llamadas al celular representa al padre que no tiene tiempo para dedicarle a
los problemas de sus hijos, no por maldad ni dejadez, sino porque la economía
familiar se lo exige. Un hombre depende de su trabajo y la tecnología que este
requiera. Cargar el celular, últimamente, es llevarse el trabajo a casa. Uno
está disponible a llamadas en cualquier momento y lugar. Si seguimos la teoría
de McLuhan, el celular no es solo la extensión de la voz y los oídos de la
gente. Ahora es también la extensión de su trabajo. El hombre de familia
contemporánea se siente perdido si pierde la comunicación.
Por último, la película también
demuestra el lado humano más esencial de las relaciones interpersonales. Luego
de mucha discusión, los personajes se descubren comunes, afines y elevan el discurso
de los problemas íntimos y de las prisiones sociales del matrimonio. Me hace
recordar a la cotidianeidad con la que alumnos de la universidad comparten sus
secretos de pareja cuando están reunidos junto al alcohol. En el momento que el
alcohol o la diversión está presente dentro de una reunión los roles sociales
desaparecen.
El discurso sostenido en Carnage es
un buen retrato de las familias contemporáneas. Describe el deseo de evitar
problemas y de complicarse la rutina. Evidencia también que los costos sociales
para mantener actualmente a una familia no son solo monetarios: las familias
contemporáneas no tienen tiempo para los problemas de sus miembros. Sin
embargo, el espacio de entretenimiento y de relajo permite liberarse de los
roles sociales y elimina la empatía falsa de las buenas primeras impresiones.
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